jueves, 22 de diciembre de 2011

Un niño y una Madre...

Silencio y frío,
te envolvieron en la oscuridad de la noche,
y confundidos, te arroparon.
Uno más, un destino que se apaga, se dijeron.
Y quisieron matar el tiempo, la Historia,
entre cartones y cajeros, en la distancia de cuerpos hambrientos.
Silencio, frío, callado abandono, grises sin tono en el horizonte...
Pero no hubo soledad, no. Porque una madre te acompañaba.
Madre como es la tierra, pues de su seno germinas,
retoño de primavera en todos los inviernos de la vida,
silenciosos y fríos.
Ojos que mendigan, lamentos de sed,
heridas aun sin restañar de la violencia,
y aquel destierro de almas perdidas.
Demasiados inviernos.
Pero Tú, como si fuese posible,
te haces camino, sin detenerte…
Como el agua que encuentra siempre una grieta,
como el Sol que ha de cubrir el firmamento.
Grieta-tierra de Madre,
Pecho y labios, regazo y manos,
canal y horizonte por donde te has entrañado
condenando para siempre el invierno,
todos los inviernos del hombre silencioso y frío.
Hoy eres Palabra, que ahora lo llena todo,
ya no hay silencio,
y eres abrazo cálido de niño,
en la noche que se vuelve día,
ante la queda mirada del sorprendido hastío
que nada puede, vacío alrededor de bastidores.

 Dímelo, tan sólo al oído,
¿Cuál es tu secreto?
Raíz que proteges la savia del mundo,
un solo abrazo y contienes los vientos
y las estaciones,
y nadie que palpite vida puede seguir escondido.
Es toda la Ternura, un hijo y la Madre,
y todos los inviernos.
Y una única voz que grita porque has vencido
como el Amor vence
cuando se entrega a la muerte, para dar Vida.
Ya no hay silencio, no hay frío,
Sólo agua y luz de Ternura Infinita,
esperando la grieta, preparando la tierra,
que en mi noche se abre al día que no termina.
Ternura, sólo Ternura,
pequeñez de todas las victorias que perduran,
indigencia,
humildad del amor y una gruta,
mientras la luz de una estrella
ya todo lo ilumina.
Eduardo (Adviento 2011)

1 comentario:

  1. Abro tus ojos para siempre
    al agua de la Pascua
    Abro tus oídos
    a la brisa suave
    que está,
    te solicita,
    no nos deja
    y siempre acompaña
    En ellos reside ese amor
    que perdura para siempre

    Bendigo tu corazón y tus oídos
    con mi rocío,
    que fue sellado en la esperanza

    Bendigo el surco
    en el que habitas
    y en el que el Señor trabaja

    Bendigo porque florece,
    en el pequeño,
    en tantos otros
    y en ti


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